Te quiero mucho, Mar del Plata

Siempre que volvemos de algún viaje, tenemos una lista armada de los post a escribir. El alojamiento, museos, atracciones, comida, actividades, transporte, curiosidades, etc. En esta última escapada que hicimos a Mar del Plata y Balcarce, escribimos bastante sobre esta última pero notamos que no teníamos muchas cosas en particular para decir de La Feliz. Simplemente amamos estar ahí, aunque no hagamos nada puntual o distinto.

Tengo algo especial con Mar del Plata y es que iba todos los veranos gracias a que mis abuelos construyeron una casa de veraneo allí. Alejado del centro, casi por los Acantilados. Era la época en que resultaba habitual instalarse ahí gran parte del verano: después de las fiestas y justo antes de empezar las clases. Muchos amigos que hice en ese barrio los veía todos los años y estaban en la misma, una casa familiar donde pasaban hasta dos meses de vacaciones. Los padres iban y venían según las necesidades laborales y lo más común era quedarse con los abuelos.

No había año en que no vaya, incluso visité La Feliz estando en la panza de mi mamá. Lógicamente casi no conocí ningún otro destino hasta ser adulto. Sinceramente tampoco me interesaba, en Mar del Plata tenía todo lo que quería. He ido solo, en familia, luego en pareja y finalmente con mi hijo. Fui en auto, micro, tren y hasta en avión. No solo paré en casas familiares, también me alojé en el bosque Peralta Ramos e incluso en el histórico Hotel Provincial.

Pero cada vez que vamos, ahora con la familia que formé, siempre visitamos los clásicos. No hay viaje en que no digamos “nos faltan más días”, siempre nos lamentamos por no ir a tal o cual lugar. En este último por ejemplo no pasamos por Manolo, pero desde luego que no le fallamos a Sao ni a los helados Italia. Conocimos nuevos como ATC pero siempre nos quedan pendientes otros lugares, conocidos y nuevos.

ATC Mar del Plata portada

Eso es en parte lo que buscamos en Mardel, o al menos lo que busco yo. Volver a esos lugares donde uno fue feliz y se siente cómodo. Por eso tal vez no haya posteos sobre alguna de las muchísimas actividades que tiene la ciudad para ofrecer. Simplemente vamos y hacemos lo de siempre: caminamos por la peatonal San Martín, visitamos la playa (con Nico es parada obligada), compramos alfajores y comemos unas medialunas en Sao o Boston.

Creo yo que es la ciudad por excelencia de la Costa Atlántica y la que más clásicos tiene. Alguien que jamás visitó Mar del Plata igual sabe que es Chichilo o la Bristol. Son los recuerdos de esos días largos de playa con toda la ceremonia: heladerita, sombrilla, reposeras, pelota, mazo de cartas, libro, etc. El desfile de vendedores ambulantes que ofrecen todo lo que necesitamos y lo que no también. Helados, churros, pirulines, choclos, empanadas, panchos, bebidas, ropa, mantas playeras, trenzas, bijouterie y hasta aviones de telgopor.

Siempre me pasa lo mismo cuando atravieso el arco de bienvenida, ese cosquilleo por estar de vuelta en un lugar querido. No importa que el camino sea más largo, me resulta inevitable agarrar Colón para llegar a la costa haciendo esos últimos metros en bajada hasta encontrarse con la inmensidad del mar. He tenido la suerte de viajar a varios destinos que jamás imaginé siquiera, pero la sensación que me genera ir a Mar del Plata se mantiene siempre intacta.

Generalmente intentamos que nuestros posteos aporten algo: alguna información, dato o visión sobre determinada cuestión. En este caso creo que es una licencia que me tomé para escribir lo que me salía. Últimamente Nico está con el “te quiero mucho” y me recuerda de lo importante que es brindar y recibir cariño. Por eso no quería dejar pasar la posibilidad de decir que te quiero mucho, Mar del Plata.

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