Hace poquito conversando con nuestro pequeño de flamantes 4 años de edad, le preguntábamos donde quería viajar. Por supuesto que él no menciona ciudades sino experiencias o actividades que le gustan y sin dudar nos dijo: “quiero ir a un hotel”. Claro, para él ir a un hotel es sinónimo de viaje y los disfruta mucho, especialmente los desayunos.
Obviamente nosotros también amamos los desayunos de hotel. Esa comodidad que nos brinda despertarnos y saber que nos está esperando un buffet con todo servido para elegir. Sin tener que pensar donde ir ni encargarse de comprar o preparar y luego limpiar todo. Además de la posibilidad de ir probando un poquito de cada cosa.
Es algo que afortunadamente en Argentina está muy arraigado y cualquier establecimiento por pequeño que sea lo incluye en su tarifa. En otras partes del mundo es normal que lo cobren aparte o directamente no lo ofrezcan. Son prácticas bastante habituales en hoteles de Estados Unidos y Europa. A veces en algunas cadenas si tenemos status lo incluyen sin cargo pero caso contrario se paga y no suele ser económico.
Algo que venimos notando es que poco a poco amplían las opciones que ofrecen. Históricamente se centraba en harinas y últimamente venimos viendo más frutas, cereales, jugos, huevos revueltos e incluso panceta. Esto último buscando adaptarse a las necesidades de turistas extranjeros. También se le está prestando atención a brindar alternativas sin TACC y algunos incluso sirven leches vegetales.
Alguna vez comentamos horrorizados como se limitaban los desayunos en tiempos de pandemia. Afortundamente eso quedó atrás y esa gran costumbre de servirse a discreción volvió a ser moneda corriente. Seguramente los hoteles habrán tomado nota de los gustos de los huéspedes y esa fue una frontera que no pudieron atravesar. Como ese esperpento llamado desayuno seco que celebramos no se extienda más.
Tuvimos la suerte de degustar algunos de los mejores desayunos del país como el del hotel Llao Llao y otros mucho más humildes pero rendidores. Pero siempre disfrutando de este ritual típico viajero, sentarse a desayunar fuertemente y con tiempo. En casa suele ser a las apuradas sin darle la dedicación que se merece. Pareciera que de viaje nuestro chip se modifica y hacemos exactamente lo contrario.
Es lindo también probar los productos y también las comidas típicas locales. Por ejemplo en Brasil la fruta suele ser de primerísima calidad, me he atiborrado de abacaxi más de una vez. Ni hablar en Corrientes, comiendo chipá hasta en las estaciones de servicio. Siempre recordamos con mucho cariño un pequeño hotel de Roma donde la encargada de servirnos el desayuno una vez que terminábamos de comer y tomar todo nos preparaba un hermoso ristretto. “Así tienen energía para caminar todo el día” nos decía la entrañable Giovanna.
Incluso, a veces de tan suculento que es el desayuno, estiramos o disminuimos el almuerzo. Más de una vez lo habremos hecho en algún destino caro para ahorrarnos unos mangos sin tener que pasar hambre. Algún sándwich o snack para engañar al estómago y a seguir.
Seguiremos disfrutando los desayunos, si Nico nos pide ir a hoteles, no tendremos alternativa.
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