
La idea de esta entrada es contar una anécdota mínima pero que puede pasarnos a todos y nos ayuda a volver al eje a la hora de elegir un alojamiento. En esta oportunidad, el caso que quiero tratar nos ocurrió en Santiago de Chile, ciudad que pudimos visitar, por fin, durante este año.
Se trataba de una estadía corta de sólo tres noches. Decidimos buscar un Airbnb y nos asombramos con los muy buenos precios que vimos. Nuestra zona objetivo pasó a ser el centro histórico ya que ahí teníamos muchas atracciones a pie. Luego nos dimos cuenta que no necesariamente era la mejor ubicación porque de noche estaba bastante muerto, pero no estuvo mal. Terminó compensando con que estábamos a metros de dónde salía el bus al aeropuerto.

Lo cierto es que nos decidimos por un departamento sobre la calle Moneda. Si, la misma sobre la que se encuentra la Casa de Gobierno del mismo nombre. Un edificio bien nuevo, porque mirando la cuadra en Google Maps (algo que hacemos habitualmente) se veía en construcción pocos años atrás.
Chequeamos las fotos, nos gustó, vimos que tenía buena calificación, y sin más, reservamos.
Y al llegar, en una Santiago de Chile que vivía días más calurosos que Buenos Aires, nos dimos cuenta que cometimos un error, porque dimos por hecho que el alojamiento tendría algo que en realidad, faltaba: AIRE ACONDICIONADO.

En estos tiempos, uno casi ni revisa eso. Es como chequear en las características del alojamiento que haya agua caliente, internet o televisión. Salvo en algún lugar como Ushuaia, donde es improbable tener que usar un aire acondicionado para refrescarse, uno da por hecho que el alojamiento tendrá. Pues no, supusimos mal.
Sólo encontramos un ventilador en el placard que nos ayudaba pero no era suficiente, porque Nico dormía en otra cama (más precisamente un sofá-cama), aunque esa parte estaba más fresca. Para colmo de males, el departamento recibía el sol de la tarde de lleno. Sin cortina black-out en la habitación, sino con una especie de cortina linda y moderna pero inútil, el espacio se transformaba en un invernadero. Uno se terminaba durmiendo la siesta de puro cansancio, pero en realidad se dificultaba bastante.

Ahí nos dimos cuenta que, preocupados por elegir ubicación, tamaño o elementos de cocina descuidamos algo que dimos por hecho que el departamento tenía. Y en realidad, no hay que dar nada por hecho.
Lo gracioso es que, como contaba, muchas cosas del alojamiento eran modernas: la cerradura con código, los elementos de cocina… pero faltaba algo esencial para atravesar el calor de un marzo que no tuvo piedad con el hemisferio sur.
Hay que decir que la anfitriona estuvo super atenta todo el tiempo y se comunicaba por whatsapp permanentemente con nosotros. Desde ese lado, no tenemos ninguna queja, todo lo contrario.
Como siempre decimos, de todo se aprende y la próxima vez revisaremos con mayor atención lo que el alojamiento nos ofrece.
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