Con mucho entusiasmo afrontamos nuestro viaje por Jujuy el fin de semana extra largo de octubre. Finalmente conoceríamos tan hermosa provincia, y además cerraríamos el año haciendo triplete del norte argentino tras nuestro paso por Salta en febrero y Tucumán en agosto. Necesitábamos conocer de primera mano la gastronomía jujeña. Y vaya que la disfrutamos.
Veníamos con el paladar entrenado con las comidas típicas del norte. Ya sabíamos con que nos podíamos encontrar pero nos faltaba un plato muy característico de Jujuy: la llama. Ya apenas aterrizados, en la noche que pasamos en San Salvador, fuimos por ella. En este caso en milanesa. De entrada me pareció similar a la carne de vaca, pero luego sentí ese gusto distinto que tiene que realmente me cautivó. También probamos una sopa de maní realmente exquisita. Habíamos empezado muy bien.
Al día siguiente ya partimos para la Quebrada de Humahuaca. Mientras nos maravillábamos con los paisajes que nos regala la Ruta Nacional 9, vimos un mirador con amplio espacio para dejar los autos. Allí nos detuvimos y entre puestos de venta de artesanías, uno nos llamó la atención. Eran dos amables mujeres haciendo las famosas tortillas jujeñas que tanto habíamos escuchado ya que tienen una particularidad: son rellenas.
Si bien por el conurbano donde vivimos nosotros se venden en varios lados, nunca las ofrecen rellenas. En este caso, solo tenían de jamón y queso. Muy ilusamente dijimos “compremos una por las dudas”. Obviamente que lamentamos no haber comprado más. Igualmente, no nos ibamos a quedar cruzados de brazos: nuestro almuerzo en Purmamarca fueron más tortillas, destacándose la capresse.
La cena nos agarró en Tilcara. Debemos decir que la oferta gastronómica es muy amplia, pero la ciudad estaba desbordada de gente y encontrábamos casi todo lleno. Nos perdimos (una vez más) de ir a una peña, hay que reservar con tiempo. Los pocos restaurantes con mesas libres eran los que no ofrecían comida regional.
Sin embargo, encontramos un lugar de esos que nos encantan: un bodegón sencillo sin pretensiones. Se llama El Salteño y está muy cerca del puente de ingreso a la ciudad. A poco de sentarnos salió el dueño de la cocina y a viva voz dijo “bueno, les digo lo que tengo regional” y se puso a enumerar los platos. Igual se podía ver la carta en cartulinas remendadas para actualizar los precios.
Fuimos por el picante de pollo (comida tradicional también en Bolivia). Consiste en una pieza de pollo con vegetales y arroz yamaní (clásico en la gastronomía jujeña) pero condimentada con distintos picantes, destacándose el locoto. A nosotros nos gusta la comida picante y dentro de todo desarrollamos una tolerancia a ella, pero quien no está acostumbrado tendrá que ir bien preparado!
Dani fue por un estofado de llama. Una generosa porción también acompañada con arroz y vegetales. Nico se conformó con la panera, no le dio bola al arroz ni a nada. Toda la cena acompañada de una gaseosa grande a $1350 total. Amamos la comida del norte y sus precios.
El día de la excursión a las Serranías del Hornocal comimos a las apuradas. Una vianda que nos dieron de almuerzo (a las 16 hs) y a la noche estábamos realmente fundidos por lo que nos llevamos unas empanadas al alojamiento. Muy diminutas, incluso más chicas que unas de copetín. Al menos destacamos unas de quinoa y queso, pero apenas duraban un bocado.
No queremos dejar afuera una bebida típica llamada api. La conseguimos en un puesto callejero de tortillas. Se elabora a base de maíz morado, lo que le da su color característico. Otros ingredientes que lleva son canela, clavo de olor y azúcar. Se sirve caliente.
La última noche en Jujuy la pasamos en el hotel y spa Termas de Reyes, de la localidad homónima. Haremos post especifico del hotel pero obviamente acá trataremos la comida. Antes de llegar al hotel vimos en la ruta un puesto donde vendían tamales así que paramos. Como extrañaba ese sabor… tendríamos que haber comprado más. Los acompañamos con unas empanadas (no tan diminutas como las de Tilcara).
En la cena llegó el momento gastronómico top del viaje. Fue en el restaurante del hotel (tampoco hay muchas alternativas, la otra opción es ir al pueblo, a unos 15 km). Al abrir la carta y ver en el menú un plato llamado cazuela de llama en PAN CASERO, no podía no pedirla. Cualquier comida servida dentro de un pan es obligatoria para mi, ya se me había negado un locro en pan en Tucumán así que venía con ganas acumuladas.
Dani fue por un risotto de quinoa muy sabroso. Previamente hicimos la prueba de la empanada. Es un ritual que implementamos hace un tiempo de pedir una empanada de entrada. En este caso ofrecían de carne de llama cortada a cuchillo. Nos faltó algún postre regional que igual muchos no vimos en las distintas cartas. Ya la tolerancia de Nico a estar quieto es cada vez menor y no llegamos al postre.
No podíamos dejar de mencionar algo indispensable para nosotros que son los alfajores. En nuestra opinión, las cosas dulces son un punto flojo en el norte argentino. No obstante, los alfajores El Molle son de buena calidad y nos gustó que incorporaron productos típicos de la región para la masa como maíz morado o quinoa.
En conclusión, hay mucha variedad de platos regionales e incluso nos faltó probar algunos como el pique a lo macho. Como habrán podido notar, disfrutamos mucho la comida en los viajes y no tenemos problema en comer en un bodegón ni tampoco cenar elegantemente en un hotel. Porque lo importante es comer rico, algo que la gastronomía jujeña cumple con creces.
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