Ger siempre tiene grandes ideas para los viajes. Definiendo el itinerario de nuestros días en Jujuy debíamos decidir dónde pasar la última noche, en lo posible cerca del aeropuerto. Y me propuso pasarla en el Hotel Termas de Reyes. Y me conquistó. Una vez más.
Pero antes debíamos averiguar si estaba recibiendo huéspedes y si, recibía, pero desde hacía muy poco tiempo. A causa de la pandemia estuvo cerrado y lo que primero volvió fue la posibilidad de usar el spa. Esta es una de las opciones que ofrece el hotel Termas de Reyes, la chance de sólo hacer un día de spa termal sin alojarse.
Desde que reservamos me invadía la emoción por conocerlo y no veía la hora de que llegara ese día. No sólo por el entorno que lo rodea, sino también porque estamos hablando de una construcción histórica. El hotel se inauguró en 1938, dato que no deja de asombrarme teniendo en cuenta el lugar en el que se construyó, abrazado a un cerro en medio de la Quebrada de Reyes, pero también en medio de la nada.
Llegamos con nuestro auto alquilado, hicimos el check-in y empezamos a disfrutarlo. La habitación que reservamos es una de las cuatro suites, pero a decir verdad, usamos poco el segundo ambiente. La cama era tan grande que preferíamos pasar el rato allí, jugando con Nico y mirando tele. La vista desde el balcón hacia la quebrada y el río Reyes es imponente. Salir y ver eso me parecía totalmente irreal.
El hotel se encuentra sobre aguas termales subterráneas y por supuesto es posible disfrutar de esas aguas de varias formas. En primer lugar, desde su amplia pileta. La temperatura estaba bien para nosotros, pero era más alta de lo que Nico está habituado. Él estaba feliz jugando y chapoteando, pero decidimos permanecer allí pocos minutos.
Una vez que Nico se durmió su sagrada siesta, vino el momento que más disfruté. El hotel cuenta con spa donde hay, además de sauna y servicio de masajes, baños termales individuales. Son pequeños espacios donde la temperatura del agua se regula a gusto y se disfruta de ella con esa vista increíble. Salí de allí muy relajada y muy contenta. Para realizar todas las actividades el hotel provee de batas y pantuflas en cada habitación.
Luego de un descanso de varias horas, a la noche llegó la frutilla del postre. La cena en el hotel (no hay nada en 15 km, así que recomendamos comer allí) fue fabulosa, de las mejores experiencias gastronómicas que tuvimos. Comí un risotto de quinoa y vegetales espectacular y Ger se deleitó con una cazuela de llama en pan de campo.
Al otro día nos tocó disfrutar del desayuno buffet. Completo y correcto, quizás le faltaron opciones calientes como omelettes pero se entiende que sin turismo internacional quizás no tenga tanta demanda de los huéspedes nacionales.
Y finalmente llegó el momento de decir adiós, contemplando una vez más esa vista para tratar de guardármela para siempre o al menos hasta que podamos regresar. Fue un cierre perfecto para descansar tras un finde largo intenso. Fue quizás la más linda experiencia en hoteles que tuve hasta ahora en nuestro país. Y le sigo agradeciendo a Ger por su idea de ir.
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