Seguimos relatando nuestras vacaciones en Sierra de la Ventana. Ya tenemos posteos sobre las ciudades de Azul y Las Flores que fueron aquellas donde pasamos una noche para cortar el viaje. Ahora vamos a hablar de uno de los pueblos de la Comarca Turística que no pueden perderse. Nos referimos a Saldungaray, ubicado apenas a 9 km de la localidad de Sierra de la Ventana.
¿Qué es lo que hace especial a Saldungaray? Se me vienen muchas cosas a la mente: la tranquilidad, la historia que hay en sus calles y por supuesto, que concentra más que ningún otro pueblo una cantidad de obras del arquitecto de las pampas, Francisco Salamone, del que venimos hablando mucho en el blog.
Si están en Sierra de la Ventana no necesitan mucho tiempo para recorrer Saldungaray. Todo lo que hicimos nos llevó un par de horas, aunque la verdad es que nos hubiéramos quedado más tiempo si no nos hubiera corrido la tormenta de Santa Rosa que causó, por ejemplo, cortes de luz en la zona de Bahía Blanca.
Nuestra primera parada fue la estación de tren. Luego nos fuimos hacia la plaza principal del pueblo. La Plaza Independencia es una joyita salamónica. Sus inconfundibles luminarias diseñadas por el arquitecto de las pampas decoran un espacio lleno de flora y juegos para chicos que Nico disfrutó como lo hizo en otros pueblos, justo en el momento en que salían los niños del turno mañana de la escuela que se encuentra junto a la plaza. Junto a la escuela se encuentra la catedral. Y a metros, otra joya salamónica: la delegación municipal. Es delegación porque la sede administrativa del partido está en su cabecera, Tornquist, que visitamos al otro día.
Seguimos recorriendo esas calles donde no nos cruzamos ni un alma. No se si se conjugó el clima amenazante, que era mediodía y seguramente todos se disponían a almorzar, pero de Saldungaray me sorprendió eso: la soledad en las calles. No podía perderme otra obra de Salamone, el antiguo mercado municipal. Tener enfrente cada obra de Salamone es especial. En la misma cuadra, un almacén con la bici de su dueño afuera, sin atar, esas cosas que a los del conurbano aún nos asombran. Enfrente, el frontón de Saldungaray, testigo de que en los pueblos sobrevive la práctica de´ pelota-paleta. Y cruzando el mercado los restos del antiguo cine del pueblo, que lamentablemente hace unos años se incendió.
Me sorprendió mucho, tal vez acostumbrada a la voracidad inmobiliaria en el AMBA, que subsistan tantos lugares anclados en el tiempo. Por ejemplo, el antiguo boliche del pueblo, una estación de servicio con esos surtidores que yo al menos no veía desde hacía años, la casa del balcón… Esa magia de Saldungaray me atrapó.
Como siempre decimos, hay que acercarse a la oficina de turismo. Saldungaray no solo tiene una, sino también a metros un centro de interpretación de la obra de Salamone que, así como nos pasó en Azul, se encontraba cerrado. Una pena inmensa porque se lo veía muy bueno. En turismo nos informaron que si queríamos visitar Fortín Pavón (una reconstrucción de uno de los fortines hechos durante la “campaña al desierto”) había que llamar a la guía previamente. Con la lluvia cayendo ya y con Nico algo fastidioso, desistimos.
Dejamos para el final la obra más espectacular de Salamone en el pueblo, por la que ya habíamos pasado el día anterior camino a Monte Hermoso. El cementerio de Saldungaray tiene una impronta distinta al de Azul, donde dominan las líneas rectas. Acá la estrella es un círculo en el que emerge la cara de Cristo pero sin su cuerpo crucificado. El cementerio se encuentra ubicado en un lugar increíble, donde la ruta hace una curva para cruzar el río Sauce Grande. Ger me esperaba en el auto con Nico mientras yo sacaba fotos. Y en ese momento con la lluvia cayendo me metí al cementerio, algo que difícilmente hubiera hecho antes en mi vida, porque no me gustan ni un poco.
Visité la bóveda de los Saldungaray, fundadores del pueblo, inmigrantes vasco-franceses que todavía no me explico cómo llegaron al sudoeste de esta provincia inmensa e inabarcable. Y me fui… esos dos o tres minutos dentro de un cementerio, sola, en un día de lluvia, ya eran suficientes.
Un aviso: si van a Saldungaray, no esperen encontrar lugares donde sentarse a almorzar. No hay nada. Sí hay sobre la ruta una rotisería donde una señora muy amable nos preparó algo para comer, pero eso es todo. Nos recomendaron un tambo donde comprar quesos, llamado Campo Udi. Nos quedamos con ganas, pero no nos dio el tiempo ni ayudó el clima. También para los amantes de los vinos se puede visitar la Bodega Saldungaray.
Y así, con nuestra comida empaquetada y con la lluvia cayendo fuerte, dejamos Saldungaray con la certeza de que habíamos conocido un lugar muy especial.
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