Hace 89 años se inauguraba este ícono de Nueva York que es el Empire State y nos pareció que podíamos aprovechar y hablar sobre nuestra experiencia en él así que allá vamos. Subamos al ascensor.
Cuando uno planifica el viaje a la Gran Manzana ya sabe más o menos qué puntos quiere conocer. Sobre otros te vas enterando de su existencia mientras buscás info. El Empire State Building forma parte de aquellas atracciones que uno sabe de antemano que no puede dejar afuera: no debe haber edificio más famoso en el mundo.
Todavía recuerdo aquella vez en que salimos del metro y lo vi. ¡Qué presencia tiene! En una Manhattan llena de edificios altos, siempre se las rebusca para aparecer. Por eso es mi favorito.
Accedimos al Empire State con la NY Explorer Pass, uno de los tantos pases que existen para ingresar a las atracciones en Nueva York. Ya hablaremos de esta tarjeta que nos resultó realmente muy práctica.
Aquel día había poca gente, presentamos entonces nuestra Explorer Pass en boletería y subimos inmediatamente al ascensor. No nos pasaría lo mismo en el otro mirador que visitamos, el Top of the Rock, donde tuvimos que hacer una fila larga y tediosa.
Tras apenas estar literalmente un minuto en el ascensor se llega a un piso donde se cuenta la historia del edificio que es realmente muy interesante. Siempre digo que Nueva York quiere demostrar continuamente que puede salir adelante muy rápido y dejar atrás los tiempos malos. El Empire State es uno de esos ejemplos, porque comienza a construirse luego de la crisis de 1929. Un edificio inmenso, el más alto del mundo en ese momento, como diciendo: “ya estamos de pie y a otra cosa”.
Y luego si, salimos al exterior del piso 86 para admirar una de las vistas más increíbles de Manhattan, que te permiten divisar hasta los puentes que la unen con otros barrios como Brooklyn o Queens. Queríamos hacer esto de noche, porque si Nueva York es linda de día, encendida lo es más. La gran ventaja del Empire en una ciudad donde en otoño/invierno cierra todo más temprano es que podés entrar hasta las 1.15 de la madrugada pudiendo permanecer hasta las 2.
Por supuesto sacamos miles de fotos, y nos quedamos todo lo que el frío nos dejó… porque ya era noviembre y la temperatura no pasaba los 3° con suerte. Ese día, en la altura del Empire, fue cuando empezamos a sentir el frío neoyorquino como un sopapo en la cara.
Nosotros solo subimos hasta el piso 86. Se puede subir hasta el 102 pagando otra entrada, pero en ese momento leímos comentarios de gente que decía que no había tanta diferencia en cuanto a las vistas y no lo hicimos. Quizás en otra oportunidad lo hagamos porque no hay día en que no soñemos con volver a esta ciudad increíble.
Mientras tanto seguimos admirando al Empire State Building desde alguna película, como Sleepless en Seattle, When Harry Met Sally, Taxi Driver y tantas otras.
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