Dedicado a mi bisabuela María, con quien tomaba el té cada tarde en esas tazas de loza inconfundibles, siempre acompañándolo con una bay biscuit. El té también me transporta a mi querido jardín de infantes 919 de Quilmes. Mi abuela Marcela era una de las auxiliares y la encargada de servirnos el té a mis compañeros y a mí… Mientras cantábamos la canción de María Elena Walsh, por supuesto.
Soy una fan del té desde pequeña. A mi mamá le costaba muchísimo hacerme tomar la leche. No, yo quería té. No importa cuál. Mantuve el amor por esta infusión a través de los años y siempre quise ir a Gaiman para experimentar la “hora del té”, porque claro, Gaiman fue fundada por galeses… Que si de algo saben es llevar a cabo la ceremonia vespertina con todas las letras.
En Mayo 2019 entonces fuimos hasta la localidad chubutense y las casas de té fueron nuestra principal motivación para viajar. Me emocionaba doblemente hacerlo porque además cursaba el tercer mes de embarazo, no había tenido náuseas ni vómitos y desde el día 1 me la pasé comiendo. Y en Gaiman me esperaban muchas cosas ricas.
Llegamos al alojamiento, dejamos todo y nos fuimos directo a Ty Te Caerdydd, que se encuentra a unos 1000 metros de donde parábamos, algo alejado de la parte más céntrica de Gaiman que de cualquier manera es una localidad pequeña y las distancias se hacen llevaderas y caminables. Esta casa de té es famosa por haber sido visitada por Diana de Gales, más conocida como Lady Di, la princesa que el pueblo británico tanto amó y que perdió la vida en un accidente.
Al llegar, el lugar parece salido de un cuento. Si, un cuento de princesas. Por eso Diana estuvo allí.
No hicimos reserva previa. Era temporada baja, ténganlo en cuenta. Quizás en otra época del año haya que hacerlo, desconozco realmente. La casa de té abre de 14 a 20 hs, todos los días.
Entramos, nos sentamos, nos explicaron de qué se trataba (ya sabíamos que venía un menú fijo) y a los pocos minutos teníamos nuestra mesa llena de felicidad.
Vino la tetera de porcelana, como la de la canción, que nos permitió tomarnos varias tazas. Vinieron las porciones de torta, siendo mi favorita la de crema (después la volví a probar en Trevelin y lo ratifiqué: la amo), que también incluía la famosa torta galesa (a Ger no le gusta: toda para mí), otras con manzana, frutos rojos… Y por supuesto los infaltables scones, los panes, las mermeladas caseras (increíbles) y sanguchitos de miga.
Pese a que comimos bastante, sobró. Y lo que sobra se envuelve y se lleva. Y fue nuestra cena.
El precio es fijo, en ese momento fueron $600 por persona. No es barato, pero la experiencia y los sabores lo valen.
Terminamos agradeciendo esos 1000 metros hasta el alojamiento para bajar lo que habíamos comido.
Y estoy segura que Nico desde la panza de mamá también agradeció esa inyección de dulzura.
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